Las críticas a China tienen base. Pero debe otorgársele el tiempo necesario para que resuelva sus contradicciones. Por: Felipe de la Balze
Fuente: ECONOMISTA Y NEGOCIADOR INTERNACIONAL
Hace pocos días, luego de un agitado recorrido, la antorcha olímpica llegó a China. Lamentablemente, la carrera de relevos fue turbada por demostraciones antichinas en ciudades tan diversas como Berlín, Canberra, Delhi, Londres, París, San Francisco y Seúl, después de que una revuelta popular en el Tíbet fuera sofocada por el ejército chino.
Con la excepción de Buenos Aires —única gran capital donde la travesía de la antorcha fue ordenada y respetuosa— la recepción que se le otorgó a la misma fue tormentosa. Escenas de violencia callejera y declaraciones gubernamentales críticas del gobierno chino, sobre todo en Europa, generaron un clima enrarecido. Se censura a China por su accionar en el Tíbet, por su régimen político autoritario y por sus inversiones en países considerados poco respetuosos de los derechos humanos.
Las protestas y las críticas produjeron una fuerte reacción de indignación nacionalista por parte de numerosos chinos, tanto en su país como en el extranjero. Mientras que la diáspora china en el exterior se movilizó para proteger la antorcha durante su travesía, dentro de China hubo protestas airadas contra empresas extranjeras y contra los medios de información internacionales que apoyaron la causa tibetana.
Los eventos callejeros más penosos ocurrieron en París, donde declaraciones críticas del presidente francés atizaron en China un boicot y una masiva campaña de Internet contra la firma Carrefour, que tiene 42.000 empleados y 112 supermercados en dicho país.
La creencia de que los Juegos Olímpicos deben servir para promover un ideal de armonía y cooperación entre los pueblos pareció hacerse añicos. Pero la política ha sido y seguirá siendo parte de este periódico evento.
En un mundo integrado, las presiones generadas por la política y los grupos de presión no pueden dejar de estar presentes en un escenario mundial tan relevante y publicitado.
Los antecedentes históricos son ilustrativos. Ya en 1936, Hitler había utilizado las Olimpíadas en Berlín para promover el régimen nazi; los principales maratonistas norteamericanos fueron expulsados en las Olimpíadas de México (1968) por dar en el acto inaugural el saludo del "black power"; once atletas israelíes fueron secuestrados y asesinados por terroristas palestinos en Munich (1972); numerosas delegaciones occidentales boicotearon los Juegos en Moscú (1980) en protesta por la invasión de Afganistán; y en Atlanta (1996), una bomba mató a una persona e hirió a 110.
Indudablemente, la creciente presencia de China en el mundo, su formidable competitividad exportadora, su capacidad para captar inversiones y empleos de otros países y sus inversiones en el exterior generan resistencias y resentimientos. Además, después de casi un siglo de humillaciones y aislamiento, los chinos son muy sensibles a la opinión que los demás países tienen sobre ellos.
Las críticas a China tienen fundamento. China sigue siendo un país autoritario, con severas restricciones a la libertad de prensa y gobernado por un partido único.Pero las expectativas de los críticos son poco realistas. China merece que se le otorgue el tiempo histórico necesario para completar su proceso de modernización que ha sacado a millones de personas de la pobreza y ha permitido una expansión importante —aunque aún limitada— de las libertades que goza el ciudadano común chino.
El progreso económico realizado durante los últimos 30 años es formidable. La propiedad privada se ha difundido y es respetada, los ciudadanos gozan de una amplia libertad de movimiento y viajan al exterior sin restricciones. El récord en materia de derechos humanos y libertad de prensa ha mejorado paulatinamente durante los últimos años y casi 240 millones de chinos tienen acceso a Internet.
En el ámbito global, después de décadas de ostracismo, China ha reconocido la existencia de las principales normas que gobiernan el sistema internacional: entre ellas la resolución pacifica de los conflictos, las reglas del comercio internacional, el diálogo sobre el control de armas de disuasión masiva y la necesidad de cooperar con otros países en la lucha contra el terrorismo, el crimen organizado y el calentamiento global.
El debate público en China es amplio en los temas económicos y culturales, pero se achica enormemente cuando lo que está en juego es la legitimidad del Partido Comunista gobernante o el gobierno percibe amenazas —reales o imaginadas— respecto a la soberanía e integridad territorial del país.
Cuando juzgamos a China, sería bueno recordar que Europa tardó más de 100 años en concretar el formidable progreso económico y social que los chinos han realizado en tan sólo 25. El largo proceso de modernización europeo que ocurrió durante el siglo XIX estuvo plagado de autoritarismo, revoluciones y actos de represión. Asimismo, varios de los países europeos administraron vastos imperios coloniales hasta la década de 1960.
La mayoría del pueblo chino espera que las Olimpíadas sean una celebración de la reincorporación de su país a la comunidad internacional y un reconocimiento al ascenso de su país después de un siglo de aislamiento y tres décadas de reformas.
Sería lamentable que las Olimpíadas sean la causa de una división entre dicho país y el resto del mundo. La feliz travesía de la antorcha olímpica por Buenos Aires debería servir de recordatorio al pueblo chino de la buena voluntad y admiración que sus esfuerzos suscitan en nuestro país.
Argentina debe ratificar firmemente la unidad territorial de China y apoyar la conveniencia de un diálogo fecundo sobre el tema del Tíbet y la causa de los derechos humanos y la libertad de prensa.
La transformación de China en un actor de primerísimo nivel en el escenario mundial representa un desafío y una gran oportunidad para la Argentina. Sepamos responder al desafío y aprovechar la oportunidad.
http://www.clarin.com/diario/2008/05/18/opinion/o-03003.htm
Monday, May 19, 2008
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